Saben, yo en particular soy una persona con sueños bastante extravagantes, es una lástima que sólo recuerda una centésima parte de una cantidad enorme de sueños de todo tipo que he tenido, y mas ahora, que a esta altura de mi vida ya casi no sueño. En fin les contaré uno de los más antiguos que recuerdo, y que a pesar de haberlo soñado a la tierna edad de 7 años, aún recuerdo con sumo detalle, en fin, ahí les va:

Antes de empezar debo añadir que en la habitación en donde viví mi infancia, la compartía con mis dos hermanos, yo el de en medio, éramos tres durmiendo en el mismo espacio, algo complicado teniendo en cuenta que fuimos niños

 

con alto espíritu de aventura y poco respeto por las reglas, añadido a eso, mi habitación era la bodega de cosas si terminar de mi padre, en donde estaba una mesa sin terminar, que sólo eran las patas y el marco de la mesa, y dentro de ella botes y demás cachivaches sin utilidad aparente; en fin otro asunto importante a recalcar, es que dormíamos los tres en una litera para dos, y jugábamos usando el marco formado por la separación de ambas camas como portería, aventando una pelota a la pared y rematando de cabeza para meter un gol usando el rebote de la misma(hacíamos hasta mundiales de fútbol, repartiéndonos los países y jugábamos los encuentros con la misma dinámica). Comenzando con el sueño, mis hermanos y yo jugábamos como de costumbre nuestro mundial, y como era habitual, los remates que perdían dirección terminaban en el espacio de proyectos sin terminar de mi padre, cayendo particularmente en un bote azul, mismo que mi madre utilizaba para dejar la ropa pendiente por planchar, y haciendo uso de otra costumbre, era yo quien iba por la pelota, mis hermanos tenían mucha enemistad, por lo que si quería jugar en serio, en lugar de verlos pelear entre ellos, debía ir yo por ella, pero para mi sorpresa cada vez que iba por la pelota, una mano peluda, muy parecida a una pata de gato con dedos largos, de color gris verdoso y con franjas blancas, brincaba siempre desde aquel bote azul, cerrándose en mi mano, envolviéndola e impidiendo terminar mi labor; y como todo niño, al verme amenazado acudía corriendo con mi madre, al llegar con ella me quitaba la mano como si de pelar un plátano se tratase, desprendiendo dedo por dedo; esta acción se repetía al menos cinco veces, regresaba a jugar, la pelota se volaba e iba yo por ella, y aquella mano estaba ahí, para atormentar mi labor, pero siempre mi madre estaba para auxiliarme. Esto ocurrió hasta que de pronto llego el camión de la fruta(en algunos lugares de México los domingos acude una camioneta tipo pickup llena de fruta a vender estos productos a bajo precio, por lo que la gente se aglomera), por lo que de las seis personas presentes en mi casa(Mi mamá, mi hermano mayor, mi hermano menor, mi tía, mi prima y yo), tres fuimos a comprarla(mi mamá, mi hermano mayor y yo); y como era habitual solo escogimos, mi madre pago y regresamos a casa, pero al regresar vimos que las otras personas ya no estaban; nos miramos y de manera automática deducimos que la mano peluda se los había llevado, pero en lugar de acongojarnos, nos alegramos, ya que el desayuno de ese día se dividiría entre tres, y no entre seis, por lo que nos abrazamos hombro con hombro mientras cantábamos

¡Vamos a almorzar solitos!

¡Vamos a almorzar solitos!

¡Vamos a almorzar solitos!